No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.
J.L.BORGES
La historia se repite como la película «Siempre a tu lado», el film basado en hechos reales que trata sobre un perro llamado Hachiko que acompaña a su amo a la estación de tren para darle la bienvenida después del trabajo, hasta que ocurre una terrible desgracia: la muerte del protagonista. Sin embargo, el perro lo buscaba y esperaba todos los días. Dicen que en los ojos de los gatos hay escrito un mensaje de amor que dura para siempre. No nace de un corazón humano, sino de algún lugar en el infinito universo, de algún Dios olvidado por los hombres.
Es enigmático el hecho de que a veces suceden pequeñas historias, algunas ignotas, que pueden cambiar el curso de grandes acontecimientos. La bala que golpeo en un dintel desencastrado a centímetros de Hitler, desviando su curso y signando el destino del mundo a la guerra y a la muerte; la avería en el auto del archiduque Franz Ferdinand que terminó con su asesinato y dió inicio a la Primera guerra Mundial; la profética novela Titán, escrita un siglo antes del hundimiento del Titanic y sorprendentemente fidedigna a los hechos; el día que asesinaron a Kennedy iba a llover pero el clima cambió y optó por recorrer las calles en un auto descapotable, desición que selló su destino. Podría seguir enumerando infinitamente todos esos puntos que conectados ya por el azar, ya por el destino, fueron determinantes en muchos hechos trascendentes. El motivo de la presente crónica es detallar el origen de la maldición de Alsina.
El llanto y la noche
Luego de la caída de Rosas el 3 de febrero de 1852, la vida política en Buenos Aires retoma su ritmo lentamente; por ello, luego de la Batalla de Caseros, destacados vecinos de la Ciudad de Buenos Aires, entre los que se encontraba Alvear, deciden fundar el “Club del Progreso“, tratando de generar un espacio para el debate de ideas y la formación de hombres que impulsaran el desarrollo cultural, moral y material del país que comenzaba a vislumbrarse. Todos los habitués del club fomentaban la organización nacional.
Era común que los socios del club hicieran una parada para fumar habanos, beber y discutir política.
Un conspicuo habitué del club era Adolfo Alsina, quien por una curiosa serie de incidentes no pudo ser presidente de la Nación. Una de las noches cuando Adolfo Alsina salìa del Club del Progreso con destino a su casa. Durante la relajada caminata, notó, no sin cierta preocupación que era seguido de cerca por una persona.
Para poder desenmascarar a quién lo perseguía, cruzó la calle al escuchar el quejido de un gato blanco que tenía una lastimadura en una de sus patas. Cuando se acercó al animal herido y doliente pudo ver y desenmascarar a quien lo acosaba empuñando un arma de fuego. Alsina comenzó a gritar y el criminal huyó hacia las calles del puerto.
Cuando vio que el desconocido se alejaba velozmente de la escena, Alsina levantó al gato y lo llevó a un veterinario que vivía a unas cuadras del lugar.
El animal terminó viviendo con Alsina y su esposa, pero en una estéril discusión entre ambos cónyuges, donde los efectos del opio y el alcohol habían alterado los nervios del matrimonio, Alsina sentenció: antes de morir vos o yo, que muera el gato!. Miró esos ojitos fijos, pletóricos de una ternura atávica y sonriendo orgulloso disparó el arma y mató al animal que años atrás había salvado su vida. El almanaque tenía tachada la fecha: 29 de diciembre de 1870.
Siete años más tarde, según establece la escritura hierática del libro egipcio de Any, tiempo donde se completa el círculo de reparación y el alma de los inocentes sacrificados asciende a un estrato superior en el universo, el inevitable castigo se manifiesta las más de las veces oculto detrás de una maldición.
Tal es así que en el atardecer del 29 de diciembre de 1877 moría, luego de una larga agonía, Adolfo Alsina, ministro de Guerra de Nicolás Avellaneda. Los problemas en sus riñones, que llevaba años buscando solucionar, tanto en el país como en Europa, le provocaron una insuficiencia renal que terminó con la vida de este hombre de 51 años, alto, corpulento, de larga melena y tremendamente popular, especialmente entre las clases bajas.
Nunca pudo imaginar que a partir de su muerte comenzaría a tejerse un “extraño maleficio”, que muchos llaman “la maldición de Alsina”, una suerte de cruz que impide a un gobernador bonaerense llegar a la presidencia de la nación.
Rivalidades políticas, Roca, Rocha y hasta Sarmiento enfrentados en aras del sillón presidencial y acaso la vida de un pequeño gatito, un eterno inocente, siga quitándole al poder de la Provincia de Buenos Aires, su mayor y más ansiado deseo…