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El Histonauta > Blog > Mundial > Americas > Colombia > No pasó nada… ¡Solo 40 años!
ColombiaHistoria del Deporte

No pasó nada… ¡Solo 40 años!

By Miguel Ernesto Díaz Leiva Last updated: marzo 29, 2022 19 Min Read
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Read Time:12 Minute, 27 Second

Una gran tragedia se vivió en Bucaramanga Colombia, cuando la fiesta del futbol se convirtió en una masacre de la fuerza pública contra los aficionados en las tribunas del estadio Alfonso López sede del Atlético Bucaramanga, iniciando la década de los 80s en el pasado siglo XX.

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EMPIEZA LA FIESTA

El 11 de octubre del año de 1981, fue un día trágico para la ciudad de Bucaramanga, también para el fútbol profesional en Colombia, lo que se tenía previsto debería haber sido una gran fiesta por la clasificación del Atlético Bucaramanga a la fase final del torneo profesional de ese año, se convirtió en la peor tragedia que el deporte en Santander ha podido tener. Los hinchas del Bucaramanga estábamos empezando a disfrutar con la cultura de llevar papel picado, de tirar cintas de papel cuando el equipo salía a la cancha y así mismo de entonar cánticos y coros que nos había enseñado, particularmente, un argentino que llegó a montar su negocio en la ciudad de los parques; “Dani Sándwich”.

Un hincha búcaro llora la tragedia que marcó por siempre a su «equipo del alma» Foto: https://plataforma.bucaramanga.upb.edu.co/en-el-juego/memorias-de-una-tragica-jornada-del-futbol-santandereano

LA ILUSIÓN DE PASAR A LA FASE FINAL

La nómina búcara en el año de 1981 estaba liderada por el argentino Juan Carlos Díaz que llegó a nuestra ciudad con el sello de ser el mejor jugador en la primera B del torneo argentino en el equipo Andes y acá en Bucaramanga demostró sus cualidades rápidamente, en el arco estaba Roberto Vasco un poquito bajo de estatura, pero muy buen arquero, igualmente jugaban Gilberto «Comanche» Salgado, Francisco Maturana, Wilman Conde, Fernando «Bombillo» Castro, Juan Alejandro Onnis, Roberto Alirio Frascuelli, Diego Edison Umaña, Edgardo Luis Paruzo y Sergio Saturno bajo la dirección técnica de Roberto Pablo Janiot. Era un plantel de lujo, un plantel que estaba llamado a ser uno de los dos finalistas de ese año, la expectativa en la ciudad fue muy grande, los hinchas de siempre que llenaban el estadio en una capacidad aproximada del 60% permanentemente, acompañados por los hinchas ocasionales aquellos que se van sumando en la medida que ven que los equipos logran triunfos o se posicionan en los primeros lugares, hicieron que ese 11 de octubre el estadio “Alfonso López Pumarejo” estuviera lleno, no le cabía un alfiler y para la fecha no había muchas restricciones en cuanto a consumo de licor incluso adentro del estadio se vendía cerveza y el mismo aguardiente, el visitante ese día era el Atlético Junior el equipo barranquillero que también venía con muchas posibilidades, que había hecho una excelente campaña y obviamente se perfilaba para ser protagonista en la fase final del campeonato. El árbitro, para ese entonces apenas tenía una moderada experiencia, se llamaba Eduardo Peña quien posteriormente fue llamado a la cadena RCN como comentarista arbitral (que ironía). Este día de la tragedia con una pésima actuación, tal vez fue el principal generador de los desórdenes que se presentaron en la instalaciones del estadio, no me atrevería a decir que hubiera habido Mala Fe, pero si recalcamos que la presentación del árbitro fue desastrosa, pues privó al equipo local de sancionar dos penas máximas de faltas evidentemente cometidas dentro del área a favor de los búcaros y las cuales él definitivamente dejó pasar como si nada, en cambio, si pito una falta a favor del Junior que originó el gol con el que este equipo se fue en ventaja ya durante el segundo tiempo y próxima finalizar el partido. Yo tenía alrededor de 15 años y me encontraba en el estadio junto a la barra de amigos que nos llamábamos “barra de la 34”, nos habíamos ubicado en la parte occidental cerca del costado norte y allí estuvimos saltando y gritando, tirando papel, tirando cintas de sumadoras y cantando los coros de “búcaros, búcaros, búcaros” todo se prestaba para que tuviéramos una gran celebración.

2 Eduardo Peña arbitro del partido ingresa protegido por la policía al camerino. Foto www.vanguardia.com

Cuando salimos de nuestras casas, la ilusión de tener al Atlético Bucaramanga clasificado a la fase final para ese año era lo que más nos motivaba, porque nos llevó al estadio casi 5 horas antes de que se iniciara el partido y soportamos colas de más de 2 horas pero no importaba porque lo más importante era que precisamente teníamos todas las posibilidades de que nuestro equipo siguiera avanzando derechito a la gran final de ese año, la competencia en las cabinas radiales principalmente Caracol y RCN tenían a los locutores más importantes y que se destacaron a nivel nacional José Antonio Churio el “Negro Grande de Colombia” por RCN y Juan Manuel González “El Profe” por Caracol quien tenía la mayor sintonía, tanto en el estadio como fuera de él, todos llevábamos nuestro radio, que para ese entonces podíamos ingresar los que tenían pilas grandes. Era la gran fiesta auriverde, el gran día para nuestro equipo del alma, el sonar de las trompetas que nos permitirán entonar el ¡ta ta ta Búcaros! ¡ta ta ta Búcaros!  ¡ta ta ta Bucaros”, fiesta, jolgorio, alegría, eso era lo que se vivía en el “Alfonso López”, 3:00 de la tarde, 4:00 de la tarde y desafortunadamente cuando apenas se iba a llegar a las 5:00, la tribuna no aguantó más, los hinchas no aguantaron más los errores permanentes en contra de los intereses Canarios y en la acción que podría ser entendible, más no justificable, se empezaron a recostar y tirar contra la malla a gritarle improperios al árbitro y en un momento dado la malla que separaba la tribuna de la pista de atletismo contigua a la cancha cedió y fue cuando cientos de aficionados empezaron a ingresar a la cancha a buscar al señor Peña el árbitro del partido, los jugadores se asustaron, empezaron a replegarse a los camerinos que en ese entonces quedaban hacia las tribunas de sur y norte, y tocaba bajar las escalas, de la misma manera ya enardecidos los hinchas de las tribunas norte, sur y sol empezaron a tirar duro las mallas hasta que también las hicieron caer, la policía apostada en el estadio no tuvo la capacidad para controlar a la turba enfurecida, 22.000 personas había en el estadio de las cuales podríamos decir más de mil intentaron ingresar a la cancha los pocos policías intentaron a punta de bolillo contener a los enardecidos hinchas y obviamente esto lo que generó fue el efecto contrario, pues cada vez que algún hincha recibía el bolillazo llegaban varios tantos a defenderlo y dada la superioridad numérica se empezaron a apropiar de los elementos contundentes de los policías quienes de alguna manera estaban perdiendo el duelo con los hinchas, pero por fatal casualidad del destino, estaba ingresando a esa misma hora un contingente del ejército que venía de combatir en el Magdalena medio con la guerrilla, venían cansados, venían ya listos para una merecida jornada de descanso y de aprovisionamiento y de mejora de sus condiciones, cuando no los dejaron ingresar al Batallón, sino que los remitieron tal cual venían hacia el estadio, a qué ayudaran a controlar el orden público, este fue tal vez el peor error que cometió el comandante de este grupo de soldados, pues ellos ingresaron armados con fusiles, ingresaron por el costado sur, algunos de los aficionados que de pronto habían tenido esas pequeñas victorias con los policías y les habían despojado de sus bolillos, no tuvieron en cuenta o no dimensionaron, en medio de esa euforia colectiva que ahora se estaban enfrentando a hombres armados con fusiles!! e intentaron hacer lo mismo. En un momento en forcejeo algún soldado dejó salir un tiro, pudo ser accidental, pudo ser que hubiera disparado tratando de defenderse al ver tan cerca a muchos aficionados que estaban enardecidos y no midieron las consecuencias de sus actos. Es ahí cuando empiezan los disparos en ráfaga, ahí si la gente que está replegada en la parte alta de las tribunas empieza a correr para salir hacia cualquier lado, afortunadamente en ese entonces el estadio tenía unos accesos con rampas amplias, casi el ancho de una vía vehicular, una carretera que permitió que muchas personas pudieran salir simultáneamente y no se hubiera presentado una tragedia mayor como lamentablemente se dio en el estadio “Murillo Toro” de la ciudad de Ibagué casi un mes después y también en el “Pascual Guerrero” de Cali al año siguiente en partido del América, cuando por circunstancias diferentes hubo sendas estampidas que terminaron con decenas de muertos en cada uno de estos estadios.

3 Miembros del ejército nacional disparan hacia la tribuna. Foto www.vanguardia.com

LA FIESTA SE CONVIERTE EN TRAGEDIA

Nuestro grupo, nuestra barra, estábamos ubicados en el costado occidental norte. También, obviamente, salimos corriendo por las amplias rampas, recuerdo a un muchacho que vendía chicharrones o algo así, que se le cayó la bandeja de su producto, tratando de recoger algo de lo que se le había caído, yo también caí en ese momento sólo me acuerdo que de alguna manera alguien me jaló muy duro de la mano y casi arrastrándome me alcanzó a sacar a una parte donde no había tanta gente, alcancé a raspar mi pantalón que se rompe a la altura de la rodilla, pero afortunadamente pudimos salir, cuando estábamos afuera y nos juntamos y los 16 integrantes de esa barra informal que había asistido para hacerle barra al Atlético Bucaramanga estábamos afuera del estadio escuchábamos cómo sonaban y sonaban disparos, la policía desde afuera le pedía a la gente que se fuera, que se alejara del estadio, nosotros que vivíamos relativamente cerca nos fuimos caminando a paso rápido llegamos a nuestras casas ubicadas en la carrera 34 con calle 32, más o menos, a unas 15 cuadras de distancia del estadio, todavía me acuerdo muy bien cuando llegamos que mi mamá nos felicitaba y nos decía que qué bueno que ha ganado el Bucaramanga porque se escuchaba la pólvora como estallaba en el estadio, le tuvimos que contar que desafortunadamente el partido se había perdido y que no era pólvora, que eran balas de fusil,  balas del ejército que estaba disparando contra los aficionados que se encontraban dentro del estadio.

Mi familia y yo somos oriundos de Vélez, la capital folklórica, la que produce los mejores bocadillos del país, así como también lo era Hernando Ortegón quién para esa fecha tenía 23 años de edad y estudiaba derecho en la Universidad Autónoma de Bucaramanga con un esfuerzo muy grande de su padre, del mismo nombre. Don Hernando era el propietario de la funeraria más grande de la ciudad de Vélez, Hernando llegó al estadio no como hincha del Atlético Bucaramanga, fue por la curiosidad y porque varios de sus compañeros de clases si eran fanáticos del equipo y con ellos vivió todo el entusiasmo de los días previos, quiso ir a ver al equipo en un tema que no era muy propio de él, contaban sus amigos que disfrutó el partido y que de alguna manera pasó muy contento en esa primera ocasión porque había asistido a un escenario como el “Alfonso López” lleno, en medio de la alegría de un partido de fútbol, desafortunadamente a las 5:10 de la tarde cuando estaba él en la parte alta de la tribuna occidental donde no había participado absolutamente para nada en los desórdenes que se presentaron en la cancha o en la gramilla, una de las balas que irresponsablemente fueron disparadas le perforó el pecho, sus compañeros apenas sintieron que se desvaneció y cayó al piso, como pudieron lo levantaron y lo llevaron corriendo a la clínica La Merced que queda ubicada a cuadra y media del estadio precisamente por la salida del costado sur occidental… no había nada que hacer el joven Ortegón falleció a causa de un impacto de bala de fusil dentro de las instalaciones de un estadio de fútbol. Cuando le avisaron a su padre, él manifestó que era imposible, que debería tratarse de otro Hernando Ortegón pues su hijo no era muy amigo del fútbol, ni tampoco era muy amigo de estar en ese tipo de eventos masivos, pero la realidad demostraría que efectivamente sí era Hernando su hijo quien había caído víctima de las balas militares ese día. Más adelante Don Hernando contaría que ese fue el servicio más triste que se prestó en su negocio la Funeraria Moderna de Vélez. Wilman Conde defensa central del Atlético Bucaramanga quien venía de haberse destacado como uno de los mejores jugadores de la selección Colombia que participó en el Torneo Esperanzas de Toulon Francia, fue titular del partido y debido a que residía junto a otros juveniles en una casa del barrio San Alonso por la calle 17 con 32 que era administrada Alberto Díaz un veleño, sintió de cerca toda la tristeza y toda la tragedia que se vivió alrededor de la muerte de Hernando Ortegón, recuerdo que a él lo enterraron con el uniforme del Atlético Bucaramanga y la caja mortuoria forrada con la bandera del equipo, el cortejo fúnebre pasó frente a las instalaciones del Batallón y justamente los soldados que hacían guardia entonces alzaron sus armas al paso del desfile del cortejo que llevaba los despojos mortales del joven Ortegón.

Días después, y bajo el efecto de algunos tragos de más en la cabeza, Wilman y otros jugadores del Atlético Bucaramanga pasaban frente a las instalaciones del batallón y gritaban ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos!, esto se repitió en varias ocasiones.

4 Desolación y desconcierto, tanto en los aficionados, como en la fuerza pública. Foto  www.vanguardia.com

Y NO PASÓ NADA!!…

Hernando no fue el único muerto en esta masacre, las autoridades reportaron 4 fallecidos y algo más de 20 heridos, todos sabemos que fueron muchos más los muertos, todos sabemos que fueron muchos más los heridos graves, muchos de ellos quedaron lisiados de por vida, también fueron muchos los desaparecidos. Durante algún tiempo se podían ver las troneras que dejaron las balas de fusil en varias partes del estadio, sobre todo en las graderías y en las cabinas de transmisión de las emisoras de radio que estaban ubicadas en la parte alta de la tribuna oriental, Justo ahí donde estaba la frase “Colombia realizará el mundial 1986, Bucaramanga aspira a la subsede”, también se volvió paisaje ver a decenas de personas en sillas de ruedas recordándonos la tragedia cada vez que había partidos.  Se vivían los días del mal recordado estatuto de seguridad del gobierno de Julio Cesar Turbay.

5 Uno de los tantos fallecidos nunca se supo su nombre, en cementerio central de Bucaramanga quedó como NN. Foto www.vanguardia.com

Desde la presidencia de la república y desde los altos mandos del ejército se ordenó una exhaustiva investigación, de esto no ha pasado nada… “Solamente han pasado 40 años”.

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Miguel Ernesto Díaz Leiva

medil1965@gmail.com
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