Aquel día, sábado 1ro de Diciembre de 2018, fuí a darme una vuelta por el Cementerio de Lanús, empujado por obtener una anécdota que me habían prometido. Y caminando, me sorprendió encontrar el nicho de este personaje. Un nicho tan humilde como él. Me imaginé que estaba en otro lado, solo eso. Ese era el personaje y la anécdota que me esperaban, aunque yo todavía no lo sabia. No pasaron diez minutos hasta que llegó un gran amigo que hacía dos años no frecuentaba, quien me contó esta pequeña y (creo) deliciosa historia.
No tuve hoy mucho tiempo de reflexión para escribirla y desde ya les aviso que seguramente contendrá errores (bah, como siempre!) y que puede pecar de naif, pero para mí habla de un valor que ya se perdió en nuestra sociedad: la inocencia. Pero se los dejo al criterio de Uds que, en realidad, es el que vale.
Y se trata de lo siguiente: El viejo había sido el Gran Payaso de la Nación. No era un apodo despectivo, para nada, él lo había llevado con mucho orgullo. Pero ahora estaba viejo, enfermo y acabado. La fresca felicidad que le había dado el alegrar a los chicos (y también a los grandes), le daba paso ahora a un mundo de amargos recuerdos, de viejas dolencias y de crueles dolores actuales. Trataba de levantarse de la cama todavía. Se iba caminando hasta el espejo del comedor, y parado delante de él, practicaba antiguas muecas y ademanes, imitando viejas rutinas con las que el viejo mundo otrora se reía y deleitaba. Pero su triste actualidad, lo deprimía.
Y encima tenia trastornos obsesivos compulsivos: en pleno verano, usaba pulloveres. En días de sol (y mucho calor!), se colocaba piloto o gabardina. Y siempre, en forma desesperante, se lavaba las manos entre 30 a 40 veces diarias. O más. Cuando le preguntaban el porqué de los pulloveres en verano, el decía: “es que pasé mucho frio de chico”. Cuando le consultaban sobre lo curioso que era que se lavara tantas veces las manos, él respondía: “Ud no me lo va a creer, pero cuando era chico a mi me caminaban las cucarachas por las manos”.
Y era verdad. Una niñez durísima. Separado de sus padres a la edad de 7 años para ser acróbata, su mentor, el payaso “Chocolate” Bonamorte lo había tomado como su discípulo, y cada enseñanza iba siempre acompañada por un cachetazo. O por un palazo (literal) sobre su joven cabeza. O por una trompada que lo desparramaba por el suelo y, una vez en el suelo, era rematado por patadas y patadas en el riñón. 7 años de edad. Esas patadas, y sus consecuencias, lo acompañaron hasta sus 66 años. Toda su vida orinó sangre. Pero le dió para adelante a la vida. Y le dió. Y le dió.
Hasta que la Fama y el Éxito le sonrieron, y se pusieron de rodillas ante el Gran Payaso de la Nación. Pero para enero del triste año de 1973, la silueta del amado payaso era justamente eso: una sombra ya olvidada. Un cuerpo que apenas podía caminar del dolor en sus piernas, un corazón que sólo de puro amor y ternura, había sobrevivido a dos mazazos que a otro hubieran mandado a dormir para siempre. Cuando estaba por acostarse nuevamente en su cama (por octava, novena vez en el dia?), observa que su hija Margarita entra casi corriendo a la casa y se encierra en su habitación.
Llorando.
Lo primero que pensó es que se había peleado otra vez con José, su esposo, en unos años difíciles para la relación. Pero no era eso. Luego de mucho insistir, Margarita le contó que había en una plaza de la zona, uno de esos payasos maleducados, haciéndose sus dineros en base a la burla y humillación de los asistentes a su propio espectáculo.
Los conocemos de sobra, incluso hoy dia: semi rufianes que se consideran artistas, cuyo mérito mayor es no caérseles la cara mientras estafan a un público confiado en su “arte”. Hacen chistes sexuales, de doble sentido, xenófobos, y la mayoría de las veces se rien cruelmente de los defectos físicos de las personas que, inocentemente, los admiran. Todo para generar una risa o una carcajada de la que, les aseguro, nuestra alma podría prescindir sin opacarse.
Este que malamente se hacia llamar “payaso”, tenía un nombre. Se presentaba como el Payaso Manolarga. Estoy seguro que no hace falta que me explaye mucho más. Trataba como con rabia a su público, denostaba a las mujeres, se reia de algunas orejas en forma de asa o de una incipiente calvicie o de una pierna mas corta que otra. Casi una desgracia no solo para el mundo del espectáculo, sino ya para la raza humana (es mi opinión, claro). Y el “Payaso Manolarga” (Duilio Estevez Morera, chileno, en su partida de nacimiento) parece que se había mofado malamente de Margarita….y de su nariz. Esto sí que fue demasiado para el Gran Payaso, quien se puso sus pantuflas, su gabardina y sus “guantes antilavadodemanos” y salió, con sus dolores y su pobre físico por delante, hacia la placita de Lanús, allí donde el “Payaso Manolarga” era Rey.
La rutina de Estevez Morera era, sin embargo, muy afilada. Nada lo hacia distraerse, hacia ya tres años de repetir la misma rutina todos los sabados. Su público eran los obreros de la construcción, los trabajadores del Puerto, o de los frigoríficos, ávidos de la risa fácil que en sus tristes vidas no podrían disfrutar jamás. Cincuenta, tal vez sesenta personas rodeaban a Manolarga, que estaba mas ácido, cruel y ofensivo que nunca. Solo tres o cuatro personas pudieron observar, boquiabiertos, que al grupo se acercaba el Gran Payaso de la Nación, con todos sus dolores a cuesta. Se abrió una especie de camino entre la muchedumbre y el Gran Payaso se fue abriendo paso, casi sin desearlo, entre la pequeña multitud que, azorada, veía como paso tras paso se acercaba lentamente al circulo que Manolarga tenia marcado en el piso como escenario. Y lo insólito se corporizó. El Gran Payaso solo se dedicó a observar la función de Estevez Morera. Este, también anodadado y ahora nervioso por la sorpresiva presencia, empezó a fallar, a olvidar y a tartamudear su rutina. Ante cada fallo o error del pseudo cómico, el Gran Payaso simplemente giraba su rostro hacia el público que estaba detrás suyo y (con sonrisa cómplice) solo se reia, o se tentaba, o hacia morisquetas revoleando los ojos hacia atrás (como solo él podía lograrlo). Ni una mala palabra, y el público explotaba de gracia. Las risotadas se escuchaban a una cuadra, y otras personas apuraban el paso porque ya se corría el boca a boca de que el Gran Payaso estaba allí. Enclenque y encorvado. Pero de pié. Allí. Nunca en tres años de su desagradable pero efectiva rutina el chileno Duilio “Manolarga” Estevez Morera había sufrido tamaña humillación. El era el Rey pero lo estaba ridiculizando un viejo payaso quebrado y olvidado. Tal vez por rabia, tal vez por amor propio, tal vez por mantener a flote su olvidable reputación, el mal llamado payaso (o el bien llamado “Manolarga”, depende como se mire) fué a increpar amargamente a nuestro querido personaje. La mueca de bronca desfiguraba su rostro y resquebrajaba la pintura de su cara, que ya se hacía pegote de engrudo con su ácida transpiración. A los gritos pelados, respirando casi sobre el rostro de ese amado viejo que solo había querido defender el honor de su hija y curar sus propios fantasmas, parecía que Estevez Morera se lo iba a comer crudo. Pero, por toda respuesta, fue “Manolarga” quién se comió una cachetada. No fue muy fuerte, aunque sí muy sonora. La cara de Manolarga se llenó de estupor. Hubo, casi por un eterno minuto, un silencio sólido que había invadido la escena y a la multitud. Al minuto siguiente, Duilio “Manolarga” Estevez Morera se dio vuelta, y (sin emitir palabra) juntó su bolso y sus ropas, y desapareció entre la multitud. La placita estalló en aplausos y rigurosos pedidos de autógrafos, en una época en la que (a Dios gracias) no existían todavía las selfies. Lo que sucedió es que a Duilio “Manolarga” Estevez Morera, ese cachetazo no se lo pegó una sola persona. Esa derecha abierta que estalló en su mejilla y llenó el aire de colores, llevó en su recorrido la fuerza conjunta de Pepe Mamboreta, Pepe Estropajo, Pepe Botones, Pepe Chancleta, Pepe Curdeles, Pepe Malevaje, Narciso Bello y (claro) Pepe Galleta que (como sabemos) fue el “único guapo en camiseta”. José “Pepe” Biondi fue amado por miles de argentinos y centroamericanos. El Gran Payaso de la Nación (quien llegó a la histórica cifra de 66,2 puntos de rating, nunca igualada) sigue siendo amado y recordado por toda la eternidad.
Nueve operaciones a corazón abierto y dos infartos lo llevaron un 4 de octubre de 1975 y sin paradas intermedias, al Cielo. Dicen que Dios (desde ese dia) no para de desternillarse de risa hasta las lágrimas en su trono de rayos, luz y platino cada vez que escucha (una y otra vez), la misma y entrañable palabra: “PATAPÚFETE!”